La sinfonía suena atronadora, vibrante
Es el marco del paseo más hermoso
Los bronces acompañan a las cuerdas
Y los coros acarician a la soprano
Un aroma de iglesia invade el rincón de las palabras
La soledad se consolida en un placer infinito
Y se transforma en una construcción de colores
Aparecen los barítonos y los alcanzan los tenores
Golpean los timbales y replican el sendero
La voz de los instrumentos llama a las almas
Desde los siglos aparece el genio del maestro
Para hablarnos de su eterna permanencia
Nos sacude con impúdico denuedo
De pronto es el fin
Calla en un silencio necesario
Y el coro reaparece pidiéndonos piedad
Se compadecen los violines
Y un final a toda orquesta
Reclama ser poesía para el alma
Le concedemos el derecho
Y sin darnos cuenta
Se nos escapa una fría lágrima
©Horacio Guardado
Noviembre 21 de 2012
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